CUANDO
LLEGÓ LA HORA
El
relato de la Pasión que nos ofrece san Lucas nos permite acercarnos al drama y
al misterio de la obediencia de Jesucristo. La narración sobre la última cena
nos informa de la determinación y la libertad con la cual Jesús entrega su vida
y su cuerpo por los suyos. No fue un arrebato ni una ocurrencia, él había
tomado la decisión irrevocable de subir a Jerusalén y había deseado celebrar su
Pascua con sus discípulos. El desenlace sangriento que pondría fin a su
existencia terrena había ido perfilándose en su conciencia: "este Hombre
se va según lo establecido". No obstante lo anterior, como verdadero
hombre marcado por la fragilidad, experimentaba angustia y vacilación que logró
superar orando con insistencia. Esa fortaleza lo mantuvo firme para culminar su
camino, poniéndose en las manos del Padre: "en tus manos encomiendo mi
Espíritu".
LA
MISA
ANTÍFONA
DE ENTRADA
Seis
días antes de la Pascua, cuando el Señor entró a la ciudad de Jerusalén,
salieron los niños a su encuentro y llevando en sus manos ramos de palmera
aclamaban con fuerte voz: Hosanna en el cielo. Bendito tú, que vienes lleno de
bondad y de misericordia. – Puertas, ábranse de par en par; agrándense,
portones eternos, porque va a entrar el Rey de la gloria. Y ¿quién es ese Rey
de la gloria? El Señor de los ejércitos es el Rey de la gloria. Hosanna en el
cielo. Bendito Tú, que vienes lleno de bondad y de misericordia.
ORACIÓN
COLECTA
Dios
todopoderoso y eterno, que quisiste que nuestro Salvador se hiciera hombre y
padeciera en la cruz para dar al género humano ejemplo de humildad, concédenos,
benigno, seguir las enseñanzas de su pasión y que merezcamos participar de su
gloriosa resurrección. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA
DE LA PALABRA
PRIMERA
LECTURA
No
aparté mi rostro de los insultos, y sé que no quedaré avergonzado.
Del
libro del profeta Isaías: 50, 4-7
En
aquel entonces, dijo Isaías: "El Señor me ha dado una lengua experta, para
que pueda confortar al abatido con palabras de aliento.
Mañana
tras mañana, el Señor despierta mi oído, para que escuche yo, como discípulo.
El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia ni me
he echado para atrás.
Ofrecí
la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba.
No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Pero el Señor me ayuda, por
eso no quedaré confundido, por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no
quedaré avergonzado". Palabra de Dios Te alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL
Del
salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20.23-24
R.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Todos
los que me ven, de mí se burlan; me hacen gestos y dicen: "Confiaba en el
Señor, pues que él lo salve; si de veras lo ama, que lo libre". R/.
Los
malvados me cercan por doquiera como rabiosos perros. Mis manos y mis pies han
taladrado y se pueden contar todos mis huesos. R/.
Reparten
entre sí mis vestiduras y se juegan mi túnica a los dados. Señor, auxilio mío,
ven y ayúdame, no te quedes de mí tan alejado. R/.
Contaré
tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor,
alábenlo; glorifícalo, linaje de Jacob; témelo, estirpe de Israel. R/.
SEGUNDA
LECTURA
Cristo
se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó.
De
la carta del apóstol san Pablo a los filipenses: 2, 6-11
Cristo,
siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su
condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó, asimismo, tomando la
condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de
ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una
muerte de cruz.
Por
eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre
todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo,
en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo
es el Señor, para gloria de Dios Padre. Palabra de Dios Te alabamos, Señor.
ACLAMACIÓN
ANTES DEL EVANGELIO Flp 2,8-9
R/.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Cristo
se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte
de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que
está sobre todo nombre. R/.
EVANGELIO
PASIÓN
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
SEGÚN
SAN LUCAS: 22, 14-23, 56 (o más breve 23, 1-49)
Llegada
la hora de cenar, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: "Cuánto he
deseado celebrar esta Pascua con ustedes, antes de padecer, porque yo les
aseguro que ya no la volveré a celebrar, hasta que tenga cabal cumplimiento en
el Reino de Dios". Luego tomó en sus manos una copa de vino, pronunció la
acción de gracias y dijo: "Tomen esto y repártanlo entre ustedes, porque
les aseguro que ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta que venga el
Reino de Dios".
Tomando
después un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio,
diciendo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en
memoria mía". Después de cenar, hizo lo mismo con una copa de vino,
diciendo: "Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se
derrama por ustedes".
"Pero
miren: la mano del que me va a entregar está conmigo en la mesa. Porque el Hijo
del hombre va a morir, según lo decretado; pero ¡ay de aquel hombre por quien
será entregado!". Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de
ellos podía ser el que lo iba a traicionar.
Después
los discípulos se pusieron a discutir sobre cuál de ellos debería ser
considerado como el más importante. Jesús les dijo: "Los reyes de los
paganos los dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar
bienhechores. Pero ustedes no hagan eso, sino todo lo contrario: que el mayor
entre ustedes actúe como si fuera el menor, y el que gobierna, como si fuera un
servidor. Porque, ¿quién vale más, el que está a la mesa o el que sirve?
¿Verdad que es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el
que sirve. Ustedes han perseverado conmigo en mis pruebas, y yo les voy a dar
el Reino, como mi Padre me lo dio a mí, para que coman y beban a mi mesa en el
Reino, y se siente cada uno en un trono, para juzgar a las doce tribus de
Israel".
Luego
añadió: "Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido permiso para
zarandearlos como trigo; pero yo he orado por ti, para que tu fe no
desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos". Él le
contestó: "Señor, estoy dispuesto a ir contigo incluso a la cárcel y a la
muerte". Jesús le replicó: "Te digo, Pedro, que hoy, antes de que
cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces".
Después
les dijo a todos ellos "Cuando los envié sin provisiones, sin dinero ni
sandalias, ¿acaso les faltó algo?". Ellos contestaron: "Nada".
El añadió: "Ahora, en cambio, el que tenga dinero o provisiones, que los
tome; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Les aseguro
que conviene que se cumpla esto que está escrito de mí: Fue contado entre los
malhechores, porque se acerca el cumplimiento de todo lo que se refiere a
mí". Ellos le dijeron: "Señor, aquí hay dos espadas". Él les
contestó: "¡Basta ya!".
Salió
Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos y lo acompañaron los
discípulos. Al llegar a ese sitio, les dijo: "Oren, para no caer en la
tentación". Luego se alejó de ellos a la distancia de un tiro de piedra y
se puso a orar de rodillas, diciendo: "Padre, si quieres, aparta de mí
esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya". Se le
apareció entonces un ángel para confortarlo; él, en su angustia mortal, oraba
con mayor insistencia, y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían
hasta el suelo. Por fin terminó su oración, se levantó, fue hacia sus
discípulos y los encontró dormidos por la pena. Entonces les dijo: "¿Por
qué están dormidos? Levántense y oren para no caer en la tentación".
Todavía
estaba hablando, cuando llegó una turba encabezada por Judas, uno de los Doce,
quien se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo: "Judas, ¿con un beso
entregas al Hijo del hombre?".
Al
darse cuenta de lo que iba a suceder, los que estaban con él dijeron:
"Señor, ¿los atacamos con la espada?". Y uno de ellos hirió a un
criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino,
diciendo: "Dejen! ¡Basta!. Le tocó la oreja y lo curó.
Después
Jesús dijo a los sumos sacerdotes, a los encargados del templo y a los ancianos
que habían venido a arrestarlo: "Han venido a aprehenderme con espadas y
palos, como si fuera un bandido. Todos los días he estado con ustedes en el
templo y no me echaron mano. Pero ésta es su hora y la del poder de las
tinieblas".
Ellos
lo arrestaron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en la casa del sumo
sacerdote. Pedro los seguía desde lejos. Encendieron fuego en medio del patio,
se sentaron alrededor y Pedro se sentó también con ellos. Al verlo sentado
junto a la lumbre, una criada se le quedó mirando y dijo: "Este también
estaba con él". Pero él lo negó diciendo: "No lo conozco,
mujer". Poco después lo vio otro y le dijo: "Tú también eres uno de
ellos". Pedro replicó: "¡Hombre, no lo soy!". Y como después de
una hora, otro insistió: "Sin duda que éste también estaba con él, porque
es galileo".
Pedro
contestó: "¡Hombre, no sé de qué hablas!". Todavía estaba hablando,
cuando cantó un gallo.
El
Señor, volviéndose, miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que
el Señor le había dicho: `Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces',
y saliendo de allí se soltó llorar amargamente.
Los
hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, le daban golpes, le tapaban la
cara y le preguntaban: "¿Adivina quién te ha pegado?". Y proferían
contra él muchos insultos.
Al
amanecer se reunió el consejo de los ancianos con los sumos sacerdotes y los
escribas. Hicieron comparecer a Jesús ante el sanedrín y le dijeron: "Si
tú eres el Mesías, dínoslo". Él les contestó: "Si se lo digo, no lo
van a creer, y si les pregunto, no me van a responder. Pero ya desde ahora, el
Hijo del hombre está sentado a la derecha de Dios todopoderoso". Dijeron
todos: "Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?". Él les contestó:
"Ustedes mismos lo han dicho: sí lo soy". Entonces ellos dijeron:
"¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de
su boca". El consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los
escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato.
Entonces
comenzaron a acusarlo, diciendo: "Hemos comprobado que éste anda amotinando
a nuestra nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que
él es el Mesías rey".
Pilato
preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Él le contestó:
"Tú lo has dicho". Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba:
"No encuentro ninguna culpa en este hombre". Ellos insistían con más
fuerza, diciendo: "Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde
Galilea hasta aquí". Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al
enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que
Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.
Herodes,
al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería
verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro
suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra.
Estaban
ahí los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó
poner una vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se
hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.
Pilato
convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo:
"Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo
he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las
culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya
ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un
escarmiento y lo soltaré".
Con
ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos
vociferaron en masa, diciendo: "¡Quita a ése! ¡Suéltanos a
Barrabás!". A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida
en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra, con la
intención de poner en libertad a Jesús; pero ellos seguían gritando:
"¡Crucifícalo, crucifícalo!". Él les dijo por tercera vez:
"¿Pues qué ha hecho de malo? No he encontrado en él ningún delito que
merezca la muerte; de modo que le aplicaré un escarmiento y lo soltaré".
Pero ellos insistían, pidiendo a gritos que lo crucificaran. Como iba creciendo
el griterío, Pilato decidió que se cumpliera su petición; soltó al que le
pedían, al que había sido encarcelado por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo
entregó a su arbitrio.
Mientras
lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía
del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo
una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban
por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: "Hijas de Jerusalén,
no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días
en que se dirá: ¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y
los pechos que no han criado!'. Entonces dirán a los montes: 'Desplómense sobre
nosotros', y a las colinas: 'Sepúltennos', parques' así tratan al árbol verde,
¿qué pasará con el seco?".
Conducían,
además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar
llamado "la Calavera", lo crucificaron allí, a él y a los
malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la
cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Los soldados
se repartieron sus ropas, echando suertes.
El
pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: "A
otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el
elegido". También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él,
le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate
a ti mismo". Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín
y hebreo, que decía: "Éste es el rey de los judíos".
Uno
de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: "Si tú eres
el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro le reclamaba,
indignado: "¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio?
Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal
ha hecho". Y le decía a Jesús: "Señor, cuando llegues a tu Reino,
acuérdate de mí". Jesús le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el paraíso".
Era
casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció
el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad.
Jesús, clamando con voz potente, dijo: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu!". Y dicho esto, expiró.
[Aquí
se arrodillan todos y se hace una breve pausa]
El
oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo:
"Verdaderamente este hombre era justo". Toda la muchedumbre que había
acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose
golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que
las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo
aquello.
Un
hombre llamado José, consejero del sanedrín, hombre bueno y justo, que no había
estado de acuerdo con la decisión de los judíos ni con sus actos, que era
natural de Arimatea, ciudad de Judea, y que aguardaba el Reino de Dios, se
presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Lo bajó de la cruz, lo
envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no
habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Pascua y ya iba a empezar el
sábado. Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea acompañaron a José
para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo. Al regresar a su casa,
prepararon perfumes y ungüentos, y el sábado guardaron reposo, conforme al
mandamiento.
Palabra
del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
O
bien: Forma breve
PASIÓN
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS: 23, 1-49
En
aquel tiempo, el consejo de los ancianos, con los sumos sacerdotes y los
escribas, se levantaron y llevaron a Jesús ante Pilato. Entonces comenzaron a
acusarlo, diciendo: "Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra
nación y oponiéndose a que se pague tributo al César y diciendo que él es el
Mesías rey".
Pilato
preguntó a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Él le contestó:
"Tú lo has dicho". Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba:
"No encuentro ninguna culpa en este hombre". Ellos insistían con más
fuerza, diciendo: "Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde
Galilea hasta aquí". Al oír esto, Pilato preguntó si era galileo, y al
enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió, ya que
Herodes estaba en Jerusalén precisamente por aquellos días.
Herodes,
al ver a Jesús, se puso muy contento, porque hacía mucho tiempo que quería
verlo, pues había oído hablar mucho de él y esperaba presenciar algún milagro
suyo. Le hizo muchas preguntas, pero él no le contestó ni una palabra. Estaban ahí
los sumos sacerdotes y los escribas, acusándolo sin cesar. Entonces Herodes,
con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él, y le mandó poner una
vestidura blanca. Después se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron
amigos Herodes y Pilato, porque antes eran enemigos.
Pilato
convocó a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, y les dijo:
"Me han traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; pero yo lo
he interrogado delante de ustedes y no he encontrado en él ninguna de las
culpas de que lo acusan. Tampoco Herodes, porque me lo ha enviado de nuevo. Ya
ven que ningún delito digno de muerte se ha probado. Así pues, le aplicaré un
escarmiento y lo soltaré".
Con
ocasión de la fiesta, Pilato tenía que dejarles libre a un preso. Ellos
vociferaron en masa, diciendo: "¡Quita a ése! ¡Suéltanos a
Barrabás!". A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida
en la ciudad y un homicidio.
Pilato
volvió a dirigirles la palabra, con la intención de poner en libertad a Jesús;
pero ellos seguían gritando:
"¡Crucifícalo,
crucifícalo!". Él les dijo por tercera vez: "¿Pues qué ha hecho de
malo? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte; de modo que
le aplicaré un escarmiento y lo soltaré". Pero ellos insistían, pidiendo a
gritos que lo crucificara. Como iba creciendo el griterío, Pilato decidió que
se cumpliera su petición; soltó al que le pedían, al que había sido encarcelado
por revuelta y homicidio, y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. Hijas de
Jerusalén, no lloren por mi
Mientras
lo llevaban a crucificar, echaron mano a un cierto Simón de Cirene, que volvía
del campo, y lo obligaron a cargar la cruz, detrás de Jesús. Lo iba siguiendo
una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban
por él. Jesús se volvió hacia las mujeres y les dijo: "Hijas de Jerusalén,
no lloren por mí; lloren por ustedes y por sus hijos, porque van a venir días
en que se dirá: `¡Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y
los pechos que no han criado!'. Entonces dirán a los montes: 'Desplómense sobre
nosotros', y a las colinas: `Sepúltennos', porque si así tratan al árbol verde,
¿qué pasará con el seco?".
Conducían,
además, a dos malhechores, para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar
llamado "la Calavera", lo crucificaron allí, a él y a los
malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía desde la
cruz: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Los soldados
se repartieron sus ropas, echando suertes.
El
pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas, diciendo: "A
otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el
elegido". También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él,
le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate
a ti mismo". Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en griego, latín
y hebreo, que decía: "Éste es el rey de los judíos".
Uno
de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: "Si tú eres
el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro le reclamaba
indignado: "Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio?
Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal
ha hecho". Y le decía a Jesús: "Señor, cuando llegues a tu Reino,
acuérdate de mí". Jesús le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás
conmigo en el paraíso".
Era
casi el mediodía, cuando las tinieblas invadieron toda la región y se oscureció
el sol hasta las tres de la tarde. El velo del templo se rasgó a la mitad.
Jesús, clamando con voz potente, dijo: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu!. Y dicho esto, expiró.
[Aquí
se arrodillan todos y se hace una breve pausa)
El
oficial romano, al ver lo que pasaba, dio gloria a Dios, diciendo:
"Verdaderamente este hombre era justo". Toda la muchedumbre que había
acudido a este espectáculo, mirando lo que ocurría, se volvió a su casa dándose
golpes de pecho. Los conocidos de Jesús se mantenían a distancia, lo mismo que
las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, y permanecían mirando todo
aquello.
Palabra
del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
PROFESIÓN
DE FE
Credo
de los Apóstoles
Creo
en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en
Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia
del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de
Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado
a la derecha de Dios, Padre Todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a
vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la
comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y
la vida eterna.
Amén.
PLEGARIA
UNIVERSAL
Imploremos,
hermanos, a Jesús, el Sumo Sacerdote de la fe que profesamos, que en la cruz
presentó, con lágrimas en los ojos, oraciones y súplicas al Padre, y oremos
también nosotros por todos los hombres: (R/. Escúchanos, Señor.)
Para
que el Señor, que en la cruz excusó a los ignorantes y pidió perdón por ellos,
tenga piedad de los fieles que han caído en el pecado, les dé valor para
recurrir al sacramento de la penitencia y les conceda el gozo del perdón y de la
paz roguemos al Señor.
Para
que la sangre de Jesús, que habla más favorablemente que la de Abel, reconcilie
con Dios a los que aún están lejos a causa de la ignorancia, la indiferencia,
la maldad o las propias pasiones, roguemos al Señor.
Para
que el Señor, que en la cruz experimentó la amargura de sentirse triste y
abandonado, se apiade de los enfermos, los afligidos y los oprimidos y les
envíe a su ángel para que los conforte, roguemos al Señor.
Para
que el Señor, que recibió en su reino al ladrón arrepentido, se apiade de
nosotros nos dé sentimientos de contrición y nos admita, después de la muerte,
en su paraíso, roguemos al Señor.
Dios
todopoderoso y eterno, que enviaste a tu Hijo al mundo, para que, con su
pasión, destruyera el pecado y la muerte y, con su resurrección, nos devolviera
la vida y la felicidad, escucha las oraciones de tu pueblo y haz que podamos
gozar de los frutos de la cruz gloriosa de Jesucristo. El, que vive y reina por
los siglos de los siglos.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Que
la pasión de tu Unigénito, Señor, nos atraiga tu perdón, y aunque no lo
merecemos por nuestras obras, por la mediación de este sacrificio único, lo
recibamos de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
PREFACIO
Prefacio
I de la Pasión del Señor
La
fuerza de la Cruz
En
verdad es justo y necesario, es nuestro deber y fuente de salvación darte
gracias y alabarte siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios
todopoderoso y eterno. Porque mediante la pasión salvadora de tu Hijo diste a
los hombres una nueva comprensión de tu majestad y una nueva manera de
alabarla, al poner de manifiesto, por la eficacia inefable de la cruz, el poder
del crucificado y el juicio que del mundo has hecho. Por eso, ahora nosotros
llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y los santos diciendo:
Santo,
Santo, Santo...
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN Mt 26, 42
Padre
mío, si no es posible evitar que yo beba este cáliz, hágase tu voluntad.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Tú
que nos has alimentado con esta Eucaristía, y por medio de la muerte de tu Hijo
nos das la esperanza de alcanzar lo que la fe nos promete, concédenos, Señor,
llegar, por medio de su resurrección, a la meta de nuestras esperanzas. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
ORACIÓN
SOBRE EL PUEBLO
Dios
y Padre nuestro, mira con bondad a esta familia tuya, por la cual nuestro Señor
Jesucristo no dudó en entregarse a sus verdugos y padecer el tormento de la
cruz. Por Jesucristo, nuestro Señor.
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