Nuestra vida y nuestras actitudes cotidianas son transparentes.
Los demás observan lo que hacemos y sacan sus conclusiones. El capítulo quinto
de los Hechos de los Apóstoles nos presenta de manera creíble la vida de la
primera comunidad cristiana. Es una comunidad vigorosa y congruente que vive al
servicio de su Señor y que atiende con calidez y eficacia a los hermanos que
sufren. Enfermos y oprimidos por el mal alcanzan la curación. Esas señales
vuelven creíble a la comunidad que evangeliza. No es una iglesia perfecta,
puesto que los episodios de mezquindad y ambición siguen presentes en la
persona de Ananías y Safira. Sin embargo, el balance es más que favorable. La
lección mantiene su vigencia. Somos una iglesia urgida de credibilidad. Las
marcas de nuestra fragilidad nos exhiben como una iglesia pecadora, necesitada
de conversión y llamada a servir a los necesitados en nombre de Jesús.
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