La celebración del Domingo de Ramos nos ofrece la oportunidad
de contemplar el camino obediente que recorrió el Señor Jesús. Vivió una
espiritualidad del peregrino, que discierne la voluntad del Padre y se decide a
cumplirla, aún a costa de los riesgos, incomprensiones y maltratos. La decisión
de subir a Jerusalén era el último intento de sacudir la conciencia adormecida
de Israel. Jesús había advertido la tragedia que se cernía sobre la ciudad y
quería invitarlos a luchar y trabajar por la paz de Dios. Los adversarios de la
paz no se dejaron conmover y terminaron por condenarlo. En la historia de la
Iglesia que peregrina en nuestro continente podemos descubrir las señales de la
presencia viva de Jesucristo, que sigue llamando a la paz por boca de
catequistas, obispos y profetas que han sellado con su martirio, su completa
fidelidad al Señor de la vida. La reciente canonización de Monseñor Arnulfo
Romero así lo confirma.
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