viernes, 7 de junio de 2019

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO 20190609





Los deseos y caprichos se convierten en una especie de telaraña que encadena y paraliza nuestra voluntad. No siempre sabemos desear aquello que más nos conviene. El instinto egoísta nos pretende controlar, haciéndonos prisioneros de afanes y deseos mezquinos: dinero, prestigio, seguridad material, reconocimiento social y un largo etcétera. Esos bienes son útiles y necesarios sin duda alguna. El problema es que nos angustiamos y desgastamos excesivamente en el intento de conseguirlos. Imaginamos que la vida buena depende de la cuantía de los recursos materiales disponibles y no tanto de la armonía interior y de la confianza en el Padre bueno. Somos indigentes necesitados de la compañía del Espíritu que habrá de guiamos en las horas oscuras de nuestra existencia.

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