En una sociedad que se deslumbra por el disfrute de los goces inmediatos y
que no gusta de adquirir responsabilidades y deberes permanentes, parece
demasiado ingenua la invitación a perder la vida a fin de ganarla. Más aún,
cuando se percibe un desencanto con los ideales encaminados a edificar un mundo
mejor y parecen prevalecer los egoísmos nacionalistas, se angosta más la
posibilidad de comprender la paradoja del crucificado. No hay que extrañarse,
la cruz de Cristo fue considerada desde los primeros tiempos como una necedad o
un escándalo a los ojos de judíos y paganos. La manera de presentar
congruentemente el misterio pascual de Jesucristo es viviendo en conformidad
con él. Quienes se despreocupen, aunque sea de manera parcial de cuidar sus
propios intereses y vivan generosamente, atendiendo las necesidades de los
demás, están testimoniando la permanencia del camino cristiano.
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