Por Elena Fernández Andrés diciembre 20, 2019
Hace un ratito he recibido un mensaje de un anciano fraile
carmelita amigo. Me decía que mañana me iba a mandar la historia de la Salve y
añadía: “Para GLORIA DE LA MADRE QUE DENTRO DE 4 DÍAS NOS DARÁ A SU HIJO PARA
QUE NOS SALVE.”
La verdad es que me ha impactado mucho. De repente he caído
que sólo quedan 4 días para celebrar la Navidad, el nacimiento de nuestro
Señor. Sí, es “fácil” como cristianos pensar o decir que el Señor va a nacer,
que el Hijo de Dios nace para nuestra salvación. ¿Pero eso qué significa
concretamente en mi vida? ¿Realmente dejo que Cristo muestre su salvación en mi
día a día? ¿Y a qué espero si no es así?
¿Acaso me conformo con una “ley de mínimos cristianos”? Es
decir, ir a Misa los Domingos, confesarme regularmente (o de vez en cuando… o
de año en año, por Pascua de Resurrección, lo mínimo que me pide la Madre
Iglesia), dar una limosna si tengo unas monedillas de sobra en el bolsillo y si
no voy con demasiada prisa, ser buenecito, buenecita…
Y en todo esto, ¿a Cristo dónde le dejo?
Porque, yo no sé tú, pero cuando “yo” vivo así me quedo en
eso: mi “yo”. YO soy la que va a Misa, YO soy la que se confiesa porque me hace
bien, YO soy la que da limosna, YO soy la que intenta ser buena…
¿Y dónde te dejo, Señor? Si al final soy yo la que vive “en
clave cristiana”, ¿cuándo dejo que se haga en mí tu Palabra (cfr. Lucas 1, 38)
y que seas Tú por medio del Espíritu Santo quien viva en mí (cfr. Gálatas 2,
20)?
Me impresiona la prontitud de los pastores que recibieron
del ángel el anuncio de que el Salvador había nacido: se presentaron como
estaban, con lo que eran y con lo que tenían, que era más bien nada pues
estaban al raso cuidando los rebaños. Corrieron a su encuentro tal cual
estaban, porque el regalo realmente ERA ÉL: Dios hecho Hombre.
«Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al
cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y
veamos lo que ha sucedido y el Señor NOS HA MANIFESTADO.» Y fueron A TODA
PRISA, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al
verlo, DIERON A CONOCER lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y TODOS
LOS QUE LO OYERON se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por
su parte, guardaba todas estas cosas, y las MEDITABA en su corazón. Los
pastores se volvieron GLORIFICANDO Y ALABANDO A DIOS por todo lo que habían
oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.» (Lucas 2, 16-20)
El regalo que quiere Jesús es tú mismo, tu corazón. Tal como
está, tal como estás todo tú, para que Él pueda vivir en ti y a través de ti, y
que cuantos te vean vivir se maravillen de la obra de Dios. Es decir, que Dios
nos llama a ser santos, no cristianos del montón que se conforman con vivir
tirando mediocremente. Y el santo no es alguien “excepcional y perfecto”, es
alguien que se deja hacer otro Cristo por obra del Espíritu, en el día a día,
en cada minuto, con cada latido de su corazón. Con la pobreza de como está y
con lo que tiene, como los pastores en Belén.
Pero esto, como todo en la vida de la fe, es don y tarea.
Don del Espíritu Santo que, como buena brújula, nos guía y santifica, y tarea
por nuestra parte para que lo que Él quiere hacer con nosotros y a través de
nosotros se lleve a cabo. No he puesto por casualidad esas mayúsculas en el
texto de San Lucas. ¿A ti qué te dicen?
Creo que una clave muy buena para vivirlo podría ser esta
frase de San Alberto Hurtado:
“¿Qué haría Cristo en mi lugar?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario