sábado, 21 de diciembre de 2019

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO 20191222


Confesar a Jesucristo, hijo de María, hijo de José como el Hijo de Dios, ha sido una de las etapas decisivas del surgimiento de la fe cristiana. Afirmar que, en un israelita, verdadero hombre como nosotros, menos en el pecado, resplandece la gloria de Dios, significa afirmar que en esa persona existe algo más que la humanidad frágil y falible. El relato del nacimiento virginal de Jesús equivale a reconocer su origen divino. Jesús proviene de una familia de Galilea como bien sabemos, sin embargo, ese conocimiento no agota su misterio. Jesús ha vivido amándonos tan intensamente, que tal amor rebasa la estrechez de las capacidades humanas. Un amor tan profundo solo puede ser divino. Confesarnos creyentes en el Verbo Encarnado nos compromete por lo menos a revisar la profundidad y la amplitud de nuestro amor por los demás. Quien participe de la celebración de la Natividad de Jesús está llamado a amar a toda persona. La encarnación de Jesús nos exige respetar la humanidad de todas las personas.




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