Por más que las sombras parezcan cada vez más densas y las
malas noticias nos abrumen, no conviene perder de vista las pequeñas y grandes
señales luminosas que Dios nos sigue entregando. Jesús se manifiesta en la
historia de familias hospitalarias que acogen a hombres y mujeres de buena
voluntad que llaman a su puerta. La epifanía no es leyenda, ni relato de
ficción; tampoco es un suceso añejo encapsulado en la pequeña aldea llamada
Belén. El Verbo de Dios se ha metido en la historia humana para vivificarla y
dinamizarla. Donde dos o más viven alguna experiencia del amor y la gratuidad
divina, continúa vivo el misterio de la Epifanía. El Espíritu de Jesús alienta
procesos de transformación personal que no documentan reporteros ni redes
sociales, pero que van deletreando gustosamente los hombres y mujeres abiertos
al misterio de Dios.
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