Cuando revisamos los diarios y encontramos reportajes de la
violencia o de los índices de pobreza que no ceden, podemos experimentar cierta
sensación de desamparo. Pareciera que las salidas se agotan y que el margen de
maniobra para modificar todo aquello que degrada las condiciones de vida de las
personas se acorta. La desesperanza campea por todas partes, produciendo
individualistas furibundos que persiguen su propio bienestar a costa del país y
de los otros. Escasa solidaridad y escasa confianza en los demás. Las figuras
proféticas siguen siendo indispensables, son nuestros críticos implacables,
como Juan el Bautista y como Jesús de Nazaret, y a la vez son nuestros
pedagogos que nos alientan a vivir en clave de esperanza. Los retos son
enormes, pero el amor a la vida, a las personas, a la creación entera son un
acicate para salir de nuestra zona de confort y buscar lo mejor para nosotros y
para nuestra comunidad.
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