«Viendo la muchedumbre, subió al
monte ... Subió a un monte porque colocado en la cumbre de la majestad del
Padre dio los preceptos celestiales de la vida. Bienaventurados los mansos ...
El Señor ofrece a los mansos la posesión de la tierra, esto es, de su cuerpo,
aquel que Él mismo tomó. Y como por la mansedumbre de nuestro corazón habita
Jesucristo en nosotros, cuando esto sucede, también quedamos adornados con la
gloria de su cuerpo. Bienaventurados los que lloran ... Se llaman llorantes, no
los que se entristecen llorando la orfandad o las afrentas u otros daños, sino
los que lloran sus pecados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la
justicia ... Ofrece la bienaventuranza a los que tienen hambre y sed de
justicia, manifestando que el perfecto conocimiento de Dios es el que
constituye la avidez de los santos que no puede saciarse hasta que no habiten
en el cielo. Y esto es lo que se expresa con aquellas palabras: porque ellos
serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos... Tanto se complace Dios
en nuestra bondad para con todos, que ofrece su misericordia sólo a los que son
misericordiosos. Bienaventurados los que trabajan por la paz, La
bienaventuranza de los pacíficos es el premio de su adopción. Y por ello se
dice: Porque serán llamados hijos de Dios. El padre de todos es solamente Dios,
y no se puede entrar a formar parte de su familia si no vivimos en paz
mutuamente por medio de la caridad fraterno. Bienaventurados los perseguidos...
Así cuenta en la última bienaventuranza a todos los que sufren todas las cosas
por Jesucristo, se reserva el Reino de los Cielos a éstos, porque en el
desprecio de las cosas del mundo son verdaderos pobres de espíritu» (San
Hilario de Poitiers [c.310-368]. Evangelio de san Mateo, 4).
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