Para el gran padre de la Iglesia, Efrén el diácono (c.
306-373), la Biblia es como la roca que Moisés abrió para los hebreos en el
desierto y que manó de todos lados una bebida espiritual. No podemos beber toda
el agua que nos ofrece; debemos estar satisfechos de que hemos alcanzado al
menos una parte de ella (Commentarios en el Diatesseron, capítulo 1). Las
bienaventuranzas son un buen ejemplo de esto porque han suscitado muchas
interpretaciones diferentes y hasta contradictorias. Para algunos, son una
descripción de todos los rasgos esenciales del cristiano. Para otros, son
ideales a los cuales somos llamados, pero que nunca vamos a realizar
completamente en esta tierra. No faltan aquellos que las critican, como lo hizo
el filósofo Friedrich Nietzche (1840-1900). Las Escrituras son una fuente de la
que nunca cesa de brotar el agua de la revelación divina.
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