«La cruz es voluntad del Padre, gloria del Hijo, gozo del Espíritu Santo, orgullo de Pablo: Dios me libre -dice- gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. La cruz es más brillante que el sol, más espléndida que sus rayos: pues cuando aquél se oscurece, ésta resplandece; y si se oscurece el sol, no es porque se le quite de en medio, sino porque es anulado por el esplendor de la cruz. La cruz rasgó el protocolo que nos condenaba, inutilizó la cárcel de la muerte; la cruz es indicio de la divina caridad Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él. la cruz abrió el paraíso, introdujo en él al ladrón, y, al género humano que estaba destinado a la perdición y que no era ni siquiera digno de la tierra, lo condujo al reino de los cielos. Siendo tantos los bienes que nos vinieron y nos vienen por el beneficio de la cruz, ¿cómo es que no quiere ser crucificado? Pero, por favor, ¿quién ha dicho semejante cosa? Si es que no quería, ¿quién le obligaba a ello? ¿Quién le forzó a ello? ¿Para qué envió por delante a los profetas anunciando que había de ser crucificado, si realmente no iba a ser crucificado y no quería sufrir esta ignominia? ¿Por qué llama cáliz a la cruz, si en verdad no quería ser crucificado? Porque esto es propio del que manifiesta los grandes deseos que tenía de padecer. Pues, así como el cáliz es agradable para los que tienen sed, así lo es para él el ser crucificado. Por eso decía: He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros; y no lo decía porque sí, j sino porque el día siguiente había de padecer el suplicio de la cruz» (San Juan Crisóstomo [c 347-407]. Homilías sobre el Nuevo Testamento 51, 34-35).
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