«El Señor Jesús, antes de su pasión, como sabéis, eligió a sus
discípulos, a los que dio el nombre de apóstoles. Entre ellos, Pedro fue el
único que representó la totalidad de la Iglesia casi en todas partes. Por ello,
en cuanto que él sólo representaba en su persona a la totalidad de la Iglesia,
pudo escuchar estas palabras: Te daré las llaves del reino de los cielos.
Porque estas llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia única. De
ahí la excelencia de la persona de Pedro, en cuanto que él representaba la
universalidad y la unidad de la Iglesia, cuando se le dijo: Yo te entrego,
tratándose de algo que ha sido entregado a todos. Pues, para que sepáis que la
Iglesia ha recibido las llaves del reino de los cielos, escuchad lo que el
Señor dice en otro lugar a todos sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Ya
continuación: A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis les quedan retenidos. En este mismo sentido, el Señor,
después de su resurrección, encomendó también a Pedro sus ovejas para que las
apacentara. No es que él fuera el único de los discípulos que tuviera el
encargo de apacentar las ovejas del Señor; es que Cristo, por el hecho de
referirse a uno solo, quiso significar con ello la unidad de la Iglesia; y, si
se dirige a Pedro con preferencia a los demás, es porque Pedro es el primero
entre los apóstoles. No te entristezcas, apóstol; responde una vez, responde
dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres
veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por
tres veces habías ligado. Desata por el amor lo que habías ligado por el temor.
A pesar de su debilidad, por primera, por segunda y por tercera vez encomendó
el Señor sus ovejas a Pedro» (San Agustín [354-4301 Sermón 295. 1-2.418).
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