En aquel tiempo, Jesús dijo a los que habían creído en él: "Si se
mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderos discípulos míos, conocerán la
verdad y la verdad los hará libres". Ellos replicaron: "Somos hijos
de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: ‘Serán
libres’?"
Jesús les contestó: "Yo les aseguro que todo el que peca es un
esclavo y el esclavo no se queda en la casa para siempre; el hijo sí se queda
para siempre. Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres. Ya sé que
son hijos de Abraham; sin embargo, tratan de matarme, porque no aceptan mis
palabras. Yo hablo de lo que he visto en casa de mi Padre: ustedes hacen lo que
han oído en casa de su padre".
Ellos le respondieron: "Nuestro padre es Abraham". Jesús les
dijo: "Si fueran hijos de Abraham, harían las obras de Abraham. Pero
tratan de matarme a mí, porque les he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo
hizo Abraham. Ustedes hacen las obras de su padre". Le respondieron:
"Nosotros no somos hijos de prostitución. No tenemos más padre que a
Dios".
Jesús les dijo entonces: "Si Dios fuera su Padre me amarían a mí,
porque yo salí de Dios y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino
enviado por él".
Reflexión
Estamos por terminar nuestra Cuaresma y la palabra de Jesús resuena con
fuerza en nuestro corazón: "Yo los he venido a liberar para que no sean
más esclavos del pecado".
Y es que la obra de nuestra liberación es una obra de Dios, no es algo
que nosotros podamos hacer por nuestras propias fuerzas. Piensa, ¿cuántas veces
te has hecho el propósito de salir de una debilidad o de un pecado en el cual
frecuentemente te ves envuelto? Te darás cuenta de que por más esfuerzos
humanos que has hecho, el pecado o la debilidad permanecen. Es solamente cuando
le dejamos campo abierto a Dios para que obre en nuestra vida cuando seremos
verdaderamente liberados. Conozco mucha gente que vivía atada a algún vicio o a
alguna pasión que la llevaba frecuentemente al pecado y que no se han visto
liberados hasta que no se han rendido al poder liberador de Dios; sólo cuando
han dicho como Pedro que se hundía en el agua: "¡Sálvame, Señor, no puedo
más!"
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