Después de escuchar las palabras del ángel, las
mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, y llenas de temor y de gran
alegría, corrieron a dar la noticia a los discípulos. Pero de repente Jesús les
salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y
lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: "No tengan miedo. Vayan a decir a
mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán".
Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados
de la guardia fueron a la ciudad y dieron parte a los sumos sacerdotes de todo
lo ocurrido. Éstos se reunieron con los ancianos, y juntos acordaron dar una
fuerte suma de dinero a los soldados, con estas instrucciones: "Digan:
'Durante la noche, estando nosotros dormidos, llegaron sus discípulos y se
robaron el cuerpo'. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos
arreglaremos con él y les evitaremos cualquier complicación".
Ellos tomaron el dinero y actuaron conforme a las
instrucciones recibidas. Esta versión de los soldados se ha ido difundiendo
entre los judíos hasta el día de hoy.
Reflexión
El mundo ha intentado, de muchas maneras y aún lo
intenta, de detener el anuncio del Reino, negando que Jesús haya resucitado y
que la vida en abundancia sea posible, que hemos sido perdonados de nuestros
pecados, que el Espíritu vive en nosotros; en fin, que somos una nueva criatura
en Cristo.
Sin embargo, Jesús continúa saliéndonos al camino para
decirnos: «No tengan miedo». Por ello ahora más que nunca, debemos mostrar con
nuestra vida, con nuestras palabras, que Cristo verdaderamente ha resucitado,
que vive en nosotros, que nuestra vida está unida a la de él. Jesús nos sale al
encuentro en la Eucaristía, en la Sagrada Escritura, en nuestro mismo interior,
para enviarnos a testificar que la muerte no lo retuvo, que ha vencido al
pecado y nos ha dado vida y vida en abundancia.
Nada detendrá este anuncio, Jesús está vivo y es
nuestro Señor. Amén. ¡Aleluya!
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