«La mies es mucha, pero los obreros son pocos... Entonces agregó a los
doce discípulos, a quienes llamó Apóstoles, otros setenta y dos y los envió a
todos, como resulta de sus palabras, a la mies ya sazonada. ¿Cuál era,
entonces, la mies? No hallándose la mies en los gentiles donde no se había
sembrado, resta sólo entender que se encontraba en el pueblo judío. A esta mies
vino el dueño de la misma. A esta mies envió a los segadores. A los gentiles,
al contrario, no envió segadores, sino sembradores. Nos parece, pues, que la
mies fue recogida en el pueblo judío. De ella fueron escogidos los mismos Apóstoles.
Allí estaba ya madura para la recolección, pues la habían sembrado los
profetas. Deleita contemplar la agricultura de Dios, recrearse en sus dones y
trabajar en su campo. En él trabajaba, en efecto, quien decía: Yo he trabajado
más que todos ellos. Mas ¿no le daba fuerzas para ello el Señor de la mies? Por
esto añadió: Mas no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Que estaba bien
impuesto en el oficio de la agricultura lo demuestra con suficiencia al decir:
Yo planté, Apolo regó. Este apóstol, de Saulo convertido en Pablo, es decir, de
orgulloso en el más pequeño -Saulo, en efecto, deriva de Saúl y Pablo de Paulo
(poco), por lo que, interpretando en cierto modo su nombre, dice: Pues yo soy
el más pequeño de todos los apóstoles-; así, pues, este Pablo, es decir, este
pequeño y mínimo, fue enviado a los gentiles. Él mismo dice que fue enviado en
primer lugar a la gentilidad. Él lo escribe, nosotros lo leemos, creemos y
predicamos. El mismo afirma en su Carta a los Gálatas que, después de la
llamada del Señor Jesús, subió a Jerusalén y cotejó su Evangelio con el de los
demás apóstoles, y que se estrecharon las manos en señal de concordia y
armonía, porque en nada discrepaba de lo que ellos mismos habían aprendido»
(San Agustín [354-430]. Sermón 101, 1).
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