En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron
piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: «He realizado ante ustedes muchas
obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?»
Le contestaron los judíos: «No te queremos apedrear por ninguna obra
buena, sino por blasfemo, porque tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser
Dios». Jesús les replicó: «¿No está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes
son dioses? Ahora bien, si ahí se llama dioses a quienes fue dirigida la
palabra de Dios (y la Escritura no puede equivocarse), ¿cómo es que a mí, a
quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman blasfemo porque he dicho:
'Soy Hijo de Dios'? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las
hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender
que el Padre está en mí y yo en el Padre». Trataron entonces de apoderarse de
él, pero se les escapó de las manos.
Luego regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había
bautizado en un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían:
«Juan no hizo ninguna señal prodigiosa; pero todo lo que Juan decía de éste,
era verdad». Y muchos creyeron en él allí.
Reflexión
Cuando la vida del cristiano transcurre con demasiada tranquilidad, es
muy posible que nuestro testimonio cristiano no esté siendo muy creíble a los
ojos de los demás.
Nuestras obras dan testimonio, o deben darlo, de nuestra personalidad
cristiana pues, al igual que Jesús, nosotros realizamos las obras que él mismo
realizó, a fin de llevar a cabo el proyecto del Padre para nuestro mundo. No se
trata pues de hablar tanto, sino de mostrar con nuestra propia vida que
pertenecemos a Cristo, que su camino es nuestro camino, que sus proyectos son
los nuestros.
En fin, que ya no somos nosotros los que vivimos sino que es Cristo
quien vive en nosotros. ¿Tus proyectos son los de Cristo? Y si lo son, ¿los
defiendes y realizas con todo tu corazón?
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