Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se
apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios.
Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando
agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo
había visto, no le creyeron.
Después de esto se apareció en otra forma, a dos discípulos, que iban
de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero
tampoco a ellos les creyeron.
Por último se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y
les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían
creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces:
"Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura".
Reflexión
Esta experiencia de los apóstoles continúa siendo la experiencia de
muchos que hoy en día creen en Dios e incluso creen en Jesús, pero no creen que
esté realmente vivo, que sea capaz de cambiar la vida de una persona, que pueda
cambiar nuestra sociedad.
Para ellos, Jesús se ha convertido en una liturgia, en un compromiso de
fin de semana, en un libro, incluso en una oración hecha en los momentos de
dificultad; sin embargo, Jesús es mucho más que eso; es el Señor de la vida.
Realmente para quien acepta su resurrección, su vida se ve transformada de
forma radical. Nuestro Señor nos continúa enviando diferentes mensajeros para
que creamos en su resurrección, en la actualidad de su vida.
Lo grave de esta incredulidad es la apatía para predicar, ya que como
vemos, mientras que los que se habían encontrado con Jesús resucitado no
cesaban de anunciarlo, los apóstoles estaban encerrados lamentándose de la
pérdida. ¡Despierta! Acepta que Jesús está vivo, sal a su encuentro, déjate
llenar por la gracia santificante que brota de su resurrección.
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