En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de
Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que
hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la
fiebre, y la fiebre desapareció. Ella se levantó enseguida y se puso a
servirles. Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a
Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus
enfermedades. De muchos de ellos salían también demonios que gritaban: "¡Tú
eres el Hijo de Dios!" Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran,
porque sabían que él era el Mesías. Al día siguiente se fue a un lugar
solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron
retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: "También
tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he
sido enviado". Y se fue a predicar en las sinagogas de Judea.
Reflexión
Este pasaje nos muestra a Jesús en tres dimensiones profundamente
humanas y divinas: el que sana, el que ora, y el que no se detiene.
🔹 Sana con compasión: Jesús entra en la casa
de Simón y ve a su suegra enferma. No hay discursos ni rituales largos: se
inclina, la toca, y la fiebre la deja. Ella se levanta y se pone a servir. Esta
escena revela que la sanación verdadera nos restituye para el servicio, no solo
para el bienestar personal. La salud que viene de Dios nos llama a la entrega.
🔹 Acoge a todos: Jesús no selecciona ni
discrimina. Impone las manos sobre cada uno. Su misericordia es personal,
directa, sin condiciones. Él no se protege del dolor ajeno, lo abraza. Y los
demonios, aunque lo reconocen como el Hijo de Dios, son silenciados: no es el
tiempo de la fama, sino de la misión.
🔹 Ora en soledad: La oración no es evasión, es
dirección. Desde ahí, reafirma su propósito: “También a otras ciudades debo
anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado.”
¿Qué hacemos con la sanación que recibimos?
¿Servimos desde la gratitud o nos quedamos en la comodidad?
¿Buscamos a Jesús solo cuando lo necesitamos o también cuando queremos
escuchar su voz en el silencio?
¿Estamos dispuestos a dejarlo ir, a no retenerlo, para que otros
también lo conozcan?