San Buenaventura (1221-1274)
franciscano, doctor de la Iglesia
De la vida de perfección
«La pobreza de Cristo» (Trad. ©Evangelizo.org)
La pobreza es una virtud que hace cuerpo con la perfección,
al punto de que nadie puede en lo absoluto ser perfecto sin ella; así lo
atestigua la Palabra del Señor en el Evangelio: «si quieres ser perfecto, ve,
vende todo lo que tienes y dalo a los pobres».
Nuestro Señor Jesucristo fue tan pobre en su nacimiento que
no tuvo siquiera vivienda, ropa, ni comida sino un establo como morada, un
miserable pedazo de tela para cubrirse y una leche virginal como alimento. Él
se dio como ejemplo de pobreza por su manera de vivir en este mundo. Fue pobre
hasta el punto que, a veces, no pudo encontrar vivienda y tuvo que dormir con
sus apóstoles en las afueras de la ciudad, e incluso afuera de las casas en el
campo. El Señor de los Ángeles fue pobre no solamente en su nacimiento, y pobre
en su estilo de vida, sino también extremadamente pobre en su muerte a fin de
hincharnos de amor por la pobreza. Oh todos ustedes, que se han dedicado a la
pobreza, consideren y vean cuanto el Rey de los Cielos fue pobre a causa de
nosotros en el instante de su muerte. En efecto, fue despojado de todo lo que
podía tener: de su ropa por sus verdugos que se «repartieron sus vestidos
echándolos a suertes» (Mt 27:35), de su cuerpo y de su alma cuando su alma fue
violentamente arrancada de su cuerpo, de la gloria divina cuando por los sufrimientos
de una muerte tan dolorosa en lugar de glorificarlo como Dios lo trataron como
un malhechor, como lo afirma Job en sus quejidos: «me despojaron de mi gloria»
(Job 19:9).
¡Oh Dios, rico para todos los hombres, oh buen Señor Jesús!
¿Quién puede dignamente expresar con su boca, concebir en su corazón, describir
con su mano la gloria celestial que has prometido dar a los pobres? Por su
pobreza voluntaria, ellos merecen contemplar la gloria de su Creador, entrar en
el poder del Señor, en los tabernáculos eternos y en las moradas de luz. Ellos
merecen convertirse en habitantes de la ciudad de la cual Dios es el arquitecto
y el fundador. Tú mismo Señor, les has hecho esta promesa con tu bendita boca:
«Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos »
(Mt 5:2).
¡Ese Reino de los cielos no es otra cosa que Tú mismo, Señor
Jesucristo, Rey de Reyes, Señor de Señores! ¡Te darás tú mismo a ellos para ser
su salario, su recompensa y su alegría!¡ Ellos gozarán de ti, estarán felices
de Ti, serán saciados de ti! ¡Amén!
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