En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían
por buenos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro,
publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: 'Dios mío, te doy
gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros;
tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de
todas mis ganancias'.
El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los
ojos al cielo; lo único que hacía era golpearse el pecho diciendo: 'Dios mío,
apiádate de mí, que soy un pecador'.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél
no; porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido».
Reflexión
El evangelio de hoy trae una enseñanza muy profunda e importante para
nuestra vida: La necesidad de Dios. Hoy mucha gente, y pudiera ser el caso de
cualquiera, se sienten como el fariseo: que son buenos. Que no hacen mal a
nadie, que se portan bien, que no van a lugares inconvenientes.
Y esto, por supuesto, que está muy bien, el problema real es que creen
que son buenos por ellos mismos, no reconocen en su vida la presencia de Dios,
no se han dado cuenta de que si han podido llevar una vida recta no es por sus
méritos, sino por la obra maravillosa del Espíritu Santo que, a pesar de
nuestras debilidades, opera en nosotros. Además, están tan orgullosos de la
vida que llevan que no se dan cuenta de que en realidad son también, como el
publicano, pecadores, pues dice la Escritura que "el justo peca siete
veces al día". Si eso se aplica a los que son buenos, podemos imaginar lo
que hacemos nosotros.
Cuando el hombre se siente ya completamente salvado, es como el hombre
enfermo que se siente sano: difícilmente sanará. Es, pues, importante
reconocer, por un lado, que lo bueno que somos es obra de Dios en nosotros por
lo que no tenemos nada de qué enorgullecernos, antes bien, dar gracias; y por
otro, que por más obras buenas y lo bien que nos portemos, siempre debemos
reconocer nuestra naturaleza pecadora y buscar con humildad al Señor para
pedirle que nos libre del pecado y que perdone las muchas faltas que día a día
cometemos.
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