lunes, 31 de marzo de 2025

EN COMUNIÓN CON LA TRADICIÓN VIVA DE LA IGLESIA 20250406

 


 


«Por ello le pusieron un tropiezo en la tercera, esto es, en la justicia. ¿Por qué? Porque la Ley había prescrito lapidar a los adúlteros y la Ley no podía en absoluto prescribir lo que era injusto; si alguien dijera algo distinto de lo que la Ley había prescrito sería sorprendido como injusto. Dijeron, pues, entre ellos: "Se le tiene por veraz, parece apacible; hay que buscarle una intriga respecto a la justicia; presentémosle una mujer sorprendida en adulterio, digamos qué está preceptuado sobre ella en la Ley; si prescribe que sea lapidada, no tendrá mansedumbre; si opina que se la perdone, no tendrá la justicia. Ahora bien, dicen, para no perder la mansedumbre que le ha hecho ya amable para la gente, sin duda va a decir que debe ser perdonada. Gracias a esto hallaremos la ocasión de acusarle y lo haremos reo como prevaricador de la Ley, diciéndole: Eres enemigo de la Ley; respondes contra Moisés, mejor dicho, contra el que mediante Moisés ha dado la Ley; eres reo de muerte, con ella debes ser lapidado también tú. Con estas palabras y afirmaciones podría inflamarse la envidia, animarse la acusación, exigirse la condena. Pero esto, ¿contra quién? La perversidad contra la rectitud, la falsedad contra la verdad, el corazón corrupto contra el corazón recto, la insensatez contra la sabiduría. ¿Cuándo ellos prepararían trampas en que antes no metieran la cabeza? He aquí que el Señor, respondiendo, va a mantener la justicia y no va a apartarse de la mansedumbre. Porque no creían en quien podría librarlos de las trampas, no fue cazado aquel a quien se las tendían, sino que, más bien, resultaron cazados quienes las tendían» (San Agustín [354-430]. Evangelio de Juan. Tratado 33, 5).

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