sábado, 3 de noviembre de 2018

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO 20181104



Con justa razón se extrañan los analistas de una inexplicable combinación. Una sociedad que se confiesa cristiana en muy alta proporción padece altísimos índices de violencia y desigualdad. Si la fe es genuina, queda sin explicación alguna tanta violencia. Si la fe es puramente nominal y declarativa no puede servir como freno o barrera ante tanta barbarie. La única alternativa viable, al menos para los cristianos de buena voluntad, será conciliar estrechamente el amor a Dios con el amor al prójimo. Un amor que no es un sentimentalismo meloso, sino que fundamentalmente se debe traducir en un respeto permanente hacia la vida, la dignidad, el cuerpo, los bienes, la intimidad de toda persona. No caben excepciones: no se puede justificar el ajuste de cuentas ni el linchamiento de delincuentes comunes o criminales de alto rango; como tampoco se puede violentar a las mujeres por su forma de vestir, ni a los emigrantes por su color de piel. Dios se ha hecho carne en la vida de cada persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario