Ya se ha convertido en un lugar común afirmar que el tejido
social de México está roto. La violencia, impune, genera inseguridad y
desconfianza entre la ciudadanía. Si asociamos a lo anterior un par de
ingredientes de reciente aparición (la psicosis creada en redes sociales sobre
supuestos ladrones de niños y la práctica de los linchamientos populares)
entendemos la peligrosidad de los ajustes de cuentas del "pueblo
bueno" (aunque en realidad es un pueblo enfurecido por sus manipuladores)
son actos de barbarie que no tienen justificación alguna. Si los cristianos no
estamos suficientemente preparados para hacer el bien y para amar al enemigo,
lo mínimo que podemos exigirnos es respetar la vida y la dignidad de toda
persona, más allá de las furias y la desesperación ante el fracaso de las
instituciones encargadas de administrar justicia. La ausencia prolongada de
justicia en nada justifica cometer actos de barbarie contra presuntos culpables,
y menos contra inocentes.
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