En una sociedad donde se impone la llamada "ley del
mínimo esfuerzo" resulta desafiante escuchar una invitación tan exigente:
amar con la profundidad y la intensidad que Jesús amó a sus seguidores y
discípulos. La línea de pase para formar parte de la comunidad de los creyentes
no es fácil de alcanzar. Jesús ama sin condiciones ni restricciones, entrega su
tiempo, sus escasos bienes y sobre todo su vida. Lo hace sin mirar al
beneficiario de su amor, lo mismo atiende a la suegra de Pedro, que a un
leproso samaritano o a un endemoniado geraseno, sin olvidar al criado de un
funcionario romano o a la hija de una mujer cananea. El suyo es un amor
incluyente y gratuito, como tiene que ser el amor genuino. En una época donde
se multiplican las carencias y las crisis humanitarias, se multiplican también
las oportunidades para concretar nuestra fidelidad cristiana. Por medio de
organizaciones eclesiales o centros de asistencia a los necesitados, podemos
concretar nuestra práctica del mandamiento nuevo: amara la manera como amó
Jesús.
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