El llamado a construir una cultura favorable a la paz y al
diálogo, que nos propone el Señor por medio del profeta Isaías (Is 2,1-5), es
algo más que urgente. Son demasiados los agravios y resentimientos añejos
confrontan a nuestra sociedad. La reconciliación auténtica no es el gesto del
pacifista que simplemente renuncia a usar la violencia, sin moverse activamente
a favor de nada. La paz verdadera no es otra cosa que el restablecimiento de
las condiciones de justicia entre los ciudadanos. La reconciliación exige
ensanchar las oportunidades para los que no las han tenido; castigar a los que
delinquen y destruyen la convivencia pacífica; todas esas son tareas propias de
quien pretende construir la cultura de la paz con justicia. En el ámbito de
nuestras responsabilidades públicas así estaremos preparando la venida del
Señor. En el terreno de nuestra vida familiar o de nuestra relación íntima con
Dios será necesario vivir en actitud de humildad y confianza.
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