Cuando se vive atrapado por esperas a corto plazo se complica
demasiado mantenerse abierto a la trascendencia. Una mentalidad marcadamente
positivista pretende negar que exista algo más allá de la cortina de la muerte.
Ni los que creemos en la vida eterna, ni quienes la niegan, disponemos de
evidencias para comprobar nuestras convicciones. Unos creemos en la
resurrección, otros –aunque no lo reconozcan—creen en la aniquilación. Quienes
hemos recibido el don de la fe cristiana, confesamos que la fidelidad de Dios
se ha estrenado de manera excepcional al rescatar a Jesús del dominio de la
muerte. No podríamos confesar a Dios como Padre justo y fiel si hubiese dejado
abandonado al único que merece el nombre de justo, a Jesús crucificado. Los
primeros sorprendidos con la victoria del resucitado, fueron sus discípulos más
próximos. En estos acontecimientos se arraiga la esperanza que nos da vida.
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