«Conviene preguntamos por qué el
rico ve a Lázaro en el seno de Abraham y no en compañía de otro justo. Es
porque Abraham había sido hospitalario. Aparece pues, aliado de Lázaro para
acusar al rico epulón de haber despreciado la hospitalidad. En efecto, el
Patriarca incluso invitó a unos simples peregrinos y los hizo entrar en su
tienda (Gn 18, 1 s). El rico, en cambio, no mostraba más que desprecio hacia
quien yacía en su puerta. Tenía medios para dar seguridad al pobre. Pero él
continuaba, día tras día, ignorando al pobre y privándole de su ayuda que tanto
necesitaba. El Patriarca actuó de modo totalmente distinto. Sentado a la
entrada de su tienda, extendió la mano a todo el que pasaba, semejante a un
pescador que extiende su mano para recoger los peces en la red, y a menudo,
incluso oro o piedras preciosas. Así, pues, recogiendo a hombres, en sus redes,
Abraham llegó a hospedar a ángeles ¡cosa sorprendente!, sin darse cuenta de
ello. El mismo Pablo se quedó maravillado por el relato cuando nos transmite
esta exhortación: No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos
hospedaron, sin saberlo, a ángeles (Heb 13, 2). Pablo tiene razón cuando dice:
sin saberlo. Si Abraham hubiese sabido que a quienes acogía tan generosamente
en su casa eran ángeles, no habría hecho nada extraordinario ni admirable. Es
elogiado porque ignoraba la identidad de los peregrinos. En efecto, creía que
estos viajeros que invitaba a su casa eran gente común y corriente. Tú también
sabes ser solícito para recibir un personaje célebre y nadie se extraña de
ello. En cambio, llama la atención y es admirable ofrecer una acogida llena de
bondad al primero que llega, a la gente desconocida y ordinaria» (San Juan
Crisóstomo [347-407]. Homilía: La hospitalidad permite que acojamos a Dios
mismo).
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