El aprendizaje de la vida dichosa nunca termina. Jóvenes y
adultos mayores conocemos inquietudes y angustias. La existencia tranquila, que
no conformista ni irresponsable, nace de la convicción de estar en manos del Padre
amoroso, que vela siempre por sus hijos. Aprender a vivir en un clima de
sencillez y modestia favorece el sostenimiento de las oportunidades de vida
digna para las futuras generaciones. La pretensión de la sociedad de consumo
consiste en empujarnos a vivir "en la cultura del descarte". Quien
consume de forma desmedida, hipoteca su vida de manera insensata. No es con los
muchos bienes que vivimos más felices. Un trabajo digno, satisfactorio y bien
remunerado para todos, es algo conforme al mensaje evangélico. El dispendio y
el derroche terminan aprisionando el corazón humano y volviéndolo esclavo de
objetos y servicios que nos quitan vida y libertad. Para ser libres nos liberó
Cristo Jesús. No permitamos que la ambición y el gusto por el reconocimiento social
nos encadenen.
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