Las estadísticas deberían asustamos, pero ya ni siquiera ese
efecto se materializa en nuestra sociedad. ¡Diez mujeres asesinadas diariamente
en nuestro país! Ejecuciones por decenas. Parecemos un pueblo obsesionado con
la muerte, la sangre y el sacrificio. No tiene sentido recurrir a la violencia
en ninguna de sus formas para resolver nuestros conflictos. El Dios de la vida
se entrega sin condiciones en la persona de Jesucristo, que vive para atender a
las ovejas desvalidas. Con esa entrega nos señala el rumbo por dónde tenemos
que caminar. La protección, el cuidado, la defensa de la vida en todas sus
formas es una exigencia fundamental, que conviene asimilar como un gesto del
verdadero discípulo de Jesús. El Evangelio nos presenta al Señor Jesús sensible
al desamparo de las personas. No hay mayor debilidad que las amenazas que se
materializan y arrancan la vida a tantas víctimas inocentes.
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