No entienden
los familiares de miles de víctimas de la violencia por qué los gobernantes no
prestan oídos a sus reclamos. Es tanto el dolor de tantas familias y tanto el
desconsuelo que no se explica la insensibilidad de jueces y autoridades. No se
puede desestimar el sufrimiento de tantos inocentes que tocan puertas,
arriesgan su integridad, emplean su tiempo y sus recursos para sacudir la
conciencia aletargada de ciudadanos indiferentes y de gobernantes sordos. La
capacidad de escuchar el clamor de los que sufren es una de las exigencias más
arraigadas en la fe de Israel y en la vida misma del Señor Jesús. Pensemos en
nosotros, quienes confesamos al hijo de David, como rey manso y humilde no
podemos incurrir en la tentación de la violencia. La enorme cantidad de armas
que ilegalmente ingresan a nuestro país exhiben la gravedad del problema.
Estamos ante una crisis mayúscula y son unos cuantos los que están buscando que
marchemos por el camino de la paz y la justicia.
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