En aquel tiempo, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le
dijo: "Dichoso aquel que participe en el banquete del Reino de Dios”.
Entonces Jesús le dijo: "Un hombre preparó un gran banquete y convidó a
muchas personas. Cuando llegó la hora del banquete, mandó un criado suyo a
avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba listo. Pero
todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. Uno le dijo: "Compré un
terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes". Otro le dijo:
"Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me
disculpes". Y otro más le dijo: "Acabo de casarme y por eso no puedo ir”.
Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces el Señor se enojó y le dijo
al criado: "Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae
a mi casa a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”. Cuando
regresó el criado, le dijo: "Señor, hice lo que me ordenaste, y todavía
hay lugar". Entonces el amo respondió: "Sal a los caminos y a las
veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa. Yo les aseguro
que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete"".
Comentario
Este pasaje nos presenta una escena profundamente simbólica: un hombre
organiza un gran banquete e invita a muchos, pero los invitados comienzan a
excusarse. Entonces, el anfitrión manda llamar a los pobres, los lisiados, los
ciegos y los cojos, llenando su casa con quienes nunca habrían esperado ser
incluidos.
¿Qué nos revela esta parábola?
• La generosidad de Dios:
El banquete representa el Reino de Dios, abierto a todos, especialmente a
quienes son marginados o considerados “últimos” por la sociedad.
• La urgencia de
responder: Las excusas de los primeros invitados reflejan cómo las
preocupaciones mundanas pueden alejarnos de lo esencial. El llamado divino
requiere una respuesta libre y decidida.
• La inclusión radical:
Jesús rompe con las expectativas sociales y religiosas de su tiempo. El Reino
no es exclusivo, sino expansivo, acogiendo a quienes están dispuestos a entrar,
sin importar su condición.
• Una advertencia velada:
Quienes rechazan la invitación no solo pierden una comida, sino la comunión con
Dios. Es un llamado a no dejar pasar la gracia por distracciones o comodidades.
Reflexión
¿Estamos aceptando la invitación al banquete de la vida eterna, o estamos demasiado ocupados con nuestras propias agendas? ¿Y cómo estamos invitando a otros, especialmente a los que menos tienen, a compartir esa mesa?

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