domingo, 2 de febrero de 2020

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO 20200202


Los pueblos necesitan de una alta dosis de fe y esperanza para sobreponerse a tantas penalidades. Las víctimas del mal se multiplican, al mismo tiempo que se acrecienta la impotencia ante el predominio de la impunidad, la falta de oficio y de sensatez de parte de gobernantes ensoberbecidos por la contundencia del apoyo popular. Conviene recordar que Dios jamás nos exige la fe ciega, al contrario, sus invitaciones vienen acompañadas de señales que pavimentan nuestra respuesta creyente. En el ámbito de la vida pública son oportunas las mediciones, los resultados, la mejora real de las condiciones de vida de la población. El mismo Señor Jesús, que disponía del favor de su Padre, no demandaba obediencia ciega a sus discípulos. Ofrecía señales del amor de Dios, antes de invitarlos a poner en riesgo su vida y su destino, viviendo como sus seguidores.

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