Los pueblos necesitan de una alta
dosis de fe y esperanza para sobreponerse a tantas penalidades. Las víctimas
del mal se multiplican, al mismo tiempo que se acrecienta la impotencia ante el
predominio de la impunidad, la falta de oficio y de sensatez de parte de
gobernantes ensoberbecidos por la contundencia del apoyo popular. Conviene
recordar que Dios jamás nos exige la fe ciega, al contrario, sus invitaciones
vienen acompañadas de señales que pavimentan nuestra respuesta creyente. En el
ámbito de la vida pública son oportunas las mediciones, los resultados, la
mejora real de las condiciones de vida de la población. El mismo Señor Jesús,
que disponía del favor de su Padre, no demandaba obediencia ciega a sus
discípulos. Ofrecía señales del amor de Dios, antes de invitarlos a poner en
riesgo su vida y su destino, viviendo como sus seguidores.
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