En una sociedad polarizada por discursos de odio, fragmentada por el
pensamiento binario que simplifica todo a una lucha entre blanco y negro, entre
bien y mal, resulta complicado atender a la enseñanza evangélica. Las conductas
facciosas se reproducen con facilidad. Un partido ataca a su adversario y
recibe de inmediato una descalificación mayor. Un comentario desafortunado en
las redes sociales desata una avalancha de insultos. Las etiquetas ofensivas se
usan con descaro, olvidando que cada persona es alguien único que rebasa
cualquier categoría estrecha. El camino de la reconciliación nacional exige
desprendemos de actitudes tribales y sectarias. Nos urge aprender de los
diferentes. Redescubrir la capacidad de admirar las bondades de los otros. La
comunión, la convivencia, la empatía, el cuidado por el otro son los
"milagros" que conviene multiplicar.
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