El oráculo de Natán nos permite entender la pedagogía de Dios.
Aunque los usos y costumbres palaciegos favorecían en Israel una vida de excesos
para los descendientes del rey, no se podía olvidar la lección dolorosamente
aprendida luego de cuatro siglos de monarquía. La cultura del privilegio es
ruinosa. Así lo documenta la ruina de Samaria y Jerusalén. Monarcas arbitrarios
y soberbios condujeron al fracaso del pueblo. En cambio, Jesús, el verdadero
Hijo de Dios, se deja corregir y amonestar, vive pendiente de la voluntad de
Dios. No tiene pretensiones típicas de nuestros autócratas, que se creen
infalibles y se asumen como la encarnación genuina de la voluntad popular. La
próxima celebración de la Natividad de Jesús nos confirma nuestra certeza
fundamental: Dios nos sigue salvando. Desde esa certeza podremos disponer de la
claridad necesaria para no dejarnos engatusar por engañosos salvadores, sedientos
de poder que reclaman docilidad y servilismo. Nuestro liberador Jesús no
cancela jamás nuestra libertad.
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