martes, 26 de julio de 2011

Imágenes erróneas de Dios.

A lo largo de la historia y comunicadas por generaciones, aparecen en nuestro modo de entender a Dios, muchas imágenes inadecuadas. Son figuras erróneas que nos han hecho daño y falsean la esencia de su SER. Algunas de ellas:
La figura del juez rígido o policía.
En esta imagen Dios aparece vigilante, esperando asestar el golpe castigador a quien incurra en falta. Frunce el ceño y endurece su mirada.
Esta forma de presentarlo es consecuencia de una moralidad estricta, de una forma muy severa de entender la vida. Nos llena de escrúpulos. En ella se refleja una proyección humana de nuestros miedos y temores; tal vez la culpabilidad patente de nuestro interior atormentado y  la necesidad de seguridades exteriores, impresas y expresadas en normas, leyes y reglas que deben cumplirse a rajatabla.
A muchas personas les gusta que otros les digan que tienen que hacer, como deben comportarse. Necesitan reglas, normas y orientaciones precisas y con todo ello sienten tranquilidad, experimentan un ámbito moral sujeto, individualmente muy aceptable.
Es un esquema que da seguridad de acción, pero también una estructura dependiente. Nos indica con claridad qué tenemos que hacer en toda ocasión sin importar circunstancias, sin flexibilidad, sin libertad de opción.
Este paradigma nos presenta un Dios sádico que disfruta el espectáculo del sufrimiento humano y se ensaña con particular venganza. “me la hiciste, me la pagas”. Un Dios implacable, enfurecido ante la trasgresión, que no tolera debilidades y tampoco acepta disculpas.
Esa figura de Dios no corresponde con el ser de DIOS manifestado en Jesucristo.
 El cómplice de mi irresponsabilidad y mis errores.
Y si por un lado se presenta el peligro del escrúpulo, también puede aparecer el laxismo, que es el otro extremo en la formación de la conciencia.
En una sociedad como la nuestra que se vuelve más permisiva, podemos llegar a pensar que Dios es un cómplice de mis errores. Como no dice nada y no me expresa claramente su desaprobación, y además mi conciencia no me reprocha entonces tengo la plena liberad de hacer lo que se me venga en gana.
Esa figura de Dios se vive en la realidad como una especie de alcahuete o celestina que calla y respalda desde su silencio todas las acciones des edificantes hacia mí mismo o hacia personas cercanas a las que afecto directamente. Dios no es ni puede ser un cómplice de malas intensiones.
Recordemos que Dios es un juez justo que dará a cada uno según sus obras. Nos regaló el libre albedrío, esa facultad de reflexionar y elegir de manera responsable en todas las opciones y determinaciones que vamos asumiendo. En el juicio final recibiremos según lo realizado en esta vida temporal.
Fray Francisco Javier González Castellanos.

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