«Continuamente necesitamos obras, y no palabras vanas y fastuosas. A
todos resulta fácil decir y prometer, pero no es tan fácil dar cumplimiento.
¿Por qué digo esto? Porque hoy existen muchas personas que dicen tener y querer
al Señor, y vemos, no obstante, que desmienten sus palabras con sus obras.
Dios, por el contrario, quiere ser amado por las obras. Por eso decía a sus
discípulos: si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Después de afirmar:
Cualquier cosa que me pidáis, yo lo haré, a fin de que sus discípulos no
creyeran que simplemente bastaba con pedir, añadió: Si me amáis -dice-, lo
haré. Puesto que era natural que al oír las palabras: voy a mi Padre se
turbaran, les dijo: "El hecho de que os turbéis por estas palabras no
significa que me améis. Vuestro amor se ha de manifestar en la obediencia a mis
palabras. Os he ordenado que os améis los unos a los otros para que hagáis a
unos ya otros lo que yo os hice. La obediencia a estas palabras y la sumisión
al amado manifiestan vuestro amor! Rogaré al Padre y os dará otro Paráclito.
Una vez más son palabras que denotan condescendencia. Era probable que quienes
todavía no lo conocían bien buscaran con empeño su compañía, su conversación,
su presencia corporal, y que no alcanzaran consuelo si él estaba ausente. Por
eso, ¿qué les dijo? Rogaré a mi Padre y os dará otro Paráclito, es decir,
"otro igual que yo! ¡Que los sectarios de Sabelio y los que no tienen una
opinión adecuada acerca del Espíritu se cubran de vergüenza al oír estas
palabras! Es sorprendente que con estas palabras eche abajo de golpe todas las
herejías que enseñan doctrinas completamente opuestas» (San Juan Crisóstomo [C.
347-4071. Evangelio de san Juan. Homilía 75, 1).
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