En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Yo soy la verdadera
vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo
arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto.
Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho.
Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí
mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése
da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer. Al que no permanece en mí
se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al
fuego y arde.
Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que
quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho
fruto y se manifiesten así como discípulos míos".
Reflexión
En nuestro mundo tecnificado y autosuficiente, en donde las
computadoras y la ciencia moderna a veces nos hacen creer que somos
autosuficientes, las palabras del evangelio de hoy nos recuerdan una de las
verdades que jamás debemos de olvidar: "Sin Jesús, no podemos hacer
nada".
San Pablo en su carta a los Gálatas dice que la paciencia, la
tolerancia, la alegría, la profunda paz interior son los frutos del amor de
Dios que circula en nosotros. Valdría la pena revisar si los frutos de nuestra
vida dan testimonio de nuestra "permanencia" en Cristo.
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