«Pero Cristo ¿es sólo el rey de los judíos o también de las gentes? Más
bien, también de las gentes. En efecto, tras haber dicho en una profecía:
"Por mi parte, yo fui constituido por él rey sobre Sión", al
instante, para que, porque nombra el monte Sión, nadie dijese que había sido
constituido rey para sólo los judíos, ha agregado: El Señor me dijo: "Hijo
mío eres tú, yo hoy te he engendrado. Pídemelo y te daré como heredad tuya las
gentes y como posesión tuya los términos de la tierra! Por ende, también él en
persona, al hablar ya por su propia boca entre los judíos, afirma: Tengo otras
ovejas... Si, pues, Cristo es también rey de las gentes, ¿por qué queremos que
en este letrero en que estaba escrito "El Rey de los judíos" se
advierta un gran misterio? Sin duda porque el olivo silvestre fue hecho
partícipe de la savia del olivo, pero el olivo no fue hecho partícipe del
amargor del silvestre. Efectivamente, porque el letrero "El Rey de los
judíos" se escribió verazmente acerca de Cristo, ¿a quiénes ha de considerarse
judíos sino a la descendencia de Abraham, los hijos de la promesa, que son
también hijos de Dios?, pues Pablo asevera: ¿No son hijos de Dios estos que son
los hijos de la carne, sino que se cuenta entre la descendencia a los hijos de
la promesa? Además, eran gentiles esos a quienes decía: Ahora bien, si vosotros
sois de Cristo, sois, pues, descendencia de Abraham, herederos según la
promesa. Cristo, pues, es el rey de los judíos, pero de los judíos por
circuncisión del corazón, no por la letra, cuya loa no es de los hombres, sino
de Dios, pertenecientes a la Jerusalén libre, nuestra madre eterna en los
cielos, Sara espiritual, que de la casa de la libertad echa a la esclava y a
los hijos de ella, ya que, precisamente porque el Señor ha dejado dicho lo que
ha dicho, Pilato ha dejado escrito lo que ha escrito» (San Agustín [354-430].
Evangelio de Juan. Tratado 117,5).

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