En aquel tiempo, Jesús dijo al jefe de los fariseos que lo había
invitado a comer: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos,
ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser
que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado. Al contrario,
cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a
los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero
ya se te pagará, cuando resuciten los justos".
Reflexión
El evangelio de hoy es una invitación radical a la generosidad
desinteresada. Jesús no solo cuestiona las costumbres sociales de su tiempo
—donde se invitaba a quienes podían devolver el favor— sino que propone una
lógica del Reino: dar sin esperar nada a cambio.
Jesús desafía la reciprocidad social. En lugar de invitar a amigos,
familiares o vecinos ricos, llama a acoger a los marginados: pobres, lisiados,
cojos y ciegos. Esta enseñanza refleja cómo Dios actúa: nos invita a su mesa
sin que podamos “pagarle”. La recompensa no es terrenal, sino escatológica
—“serás recompensado en la resurrección de los justos”.
Jesús pide que convirtamos la mesa en lugar de comunión, justicia y
misericordia. No es solo un acto social, sino una expresión concreta del amor
cristiano.

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