viernes, 21 de noviembre de 2025

 


Evangelio 22 de noviembre 2025

Lucas 20, 27-40

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano. Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?" Jesús les dijo: "En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado. Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven". Entonces, unos escribas le dijeron: "Maestro, has hablado bien". Y a partir de ese momento ya no se atrevieron a preguntarle nada.

 

Reflexión

 

El error de los saduceos era intentar encajar la gloria de la resurrección dentro de las limitaciones de la vida terrenal. Su pregunta sobre de quién sería esposa la mujer asume que el cielo es simplemente una extensión o repetición de las costumbres y necesidades de la Tierra.

Jesús corrige esta visión, afirmando que los resucitados serán "iguales a los ángeles" y "ya no pueden morir". Esto no anula la importancia del matrimonio en la vida presente, sino que eleva la existencia futura a un plano donde las estructuras terrenales (como la necesidad de la procreación para perpetuar la especie) se vuelven obsoletas. La vida eterna es, por lo tanto, una transformación completa, no un mero reinicio de la vida anterior.

La vocación última del ser humano no es el matrimonio (aunque sea un don sagrado en la Tierra), sino la unión plena con Dios y la participación en la vida inmortal.

La prueba final que Jesús utiliza para validar la resurrección es la más poderosa y teológicamente rica: invoca las palabras que Dios le dijo a Moisés en la zarza ardiente: "Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (Éxodo 3:6).

Al declararse su Dios en tiempo presente, Jesús revela que para Dios, Abraham, Isaac y Jacob están vivos.

Esta afirmación cambia nuestra comprensión de la muerte. No es el fin de la existencia, sino una separación temporal del cuerpo. Muestra un Dios fiel a sus pactos, cuya relación con sus elegidos no termina con el último aliento. Nuestro Dios es un Dios de vivos, y la vida que Él da es eterna y activa.

La reflexión final es una invitación a confiar en la promesa de Dios más allá de lo que nuestra razón o experiencia terrenal pueda concebir. Si el mismo Dios que hizo la vida es nuestro Padre, podemos estar seguros de que la vida que Él tiene reservada será infinitamente superior y libre de las ataduras de este mundo.

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