En aquella misma hora Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y
exclamó: "¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a
la gente sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo
ha entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién
es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: "Dichosos los ojos que ven
lo que ustedes ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron
ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo
oyeron".
Reflexión
Este pasaje del Evangelio nos revela una profunda alegría en Jesús, una
alegría que brota del Espíritu Santo al ver que el mensaje del Reino ha sido
entendido y acogido por los sencillos y pequeños (los "ingenuos").
Es una invitación a la humildad y la alegría. La verdadera sabiduría
para entender las cosas de Dios no se encuentra en el intelecto orgulloso, sino
en un corazón de niño que se abre a la revelación divina.
