En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. (Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño), se acercó Ana, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
Reflexión
El pasaje de Lucas 2:36-40 nos ofrece una poderosa lección sobre la
fidelidad, la paciencia y el propósito de la vida en la vejez. Aquí te comparto
una breve
Reflexión:
1. La fidelidad en la espera
Ana es el ejemplo de una vida dedicada por completo a Dios. A pesar de
haber enviudado joven y haber vivido décadas en soledad, no se dejó vencer por
la amargura. Su refugio fue el Templo, y su motor, la oración. Nos enseña que
el tiempo de espera no es tiempo perdido si se vive en presencia de Dios.
2. El encuentro con la Luz
Ana "se presentó en aquella misma hora". No fue coincidencia;
fue la recompensa a una vida de sintonía espiritual. Al ver al Niño, su
reacción inmediata fue la gratitud y el testimonio. Ella nos recuerda que,
cuando encontramos a Jesús, es imposible callar; la alegría del Evangelio nos
impulsa a compartirlo con los demás.
3. La santidad de lo cotidiano
El texto termina mencionando que Jesús crecía en sabiduría y gracia.
Esto nos muestra que la divinidad de Jesús se manifestó en una vida humana
normal: en una familia que cumple sus promesas y en un niño que aprende y se
fortalece. La gracia de Dios no nos saca de nuestra realidad, sino que la
transforma desde dentro.
Reflexión final: Ana nos invita a preguntarnos: ¿En qué ocupamos
nuestra espera? Ella nos inspira a ser personas de esperanza que, incluso en la
vejez o la dificultad, mantienen encendida la llama de la fe para reconocer a
Dios en lo pequeño.

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