En aquel tiempo, se acercaron a Jesús sus discípulos y le preguntaron:
"¿Por qué les hablas en parábolas?" Él les respondió: "A ustedes
se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos; pero a ellos
no. Al que tiene se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene
poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo
no ven y oyendo no oyen ni entienden.
En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Ustedes oirán
una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán;
porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus
oídos, con el fin de no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni comprender
con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve
Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les
aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y
no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron".
Reflexión
Al leer este pasaje, las palabras de Jesús nos podrían hacer pensar:
¿Es que Dios hace diferencias? Es que, como decían algunas herejías, ¿Dios ha
elegido a unos para el cielo y a otros para el infierno? La respuesta
definitivamente es no. No es que Dios haya cerrado los ojos y los oídos sino,
como el mismo Jesús lo dice: su corazón se ha hecho insensible, no tienen
deseos de convertirse.
La realidad que vivimos de comodidad y las exigencias que presenta el
Evangelio pueden hacer que poco a poco nuestro corazón se vaya haciendo
insensible a la palabra de Dios. Hoy en día vemos, como lo dice el Papa, que la
realidad del pecado se ha diluido; el hombre se ha hecho insensible a la
maldad. Ya no es extraño en nuestra vida oír sobre el divorcio, por lo que para
muchos jóvenes, ya desde el inicio de su matrimonio, está en germen, al menos,
la posibilidad de divorciarse y volver a comenzar.
Es tanto lo que el mundo nos ha mentalizado que el matrimonio cristiano
no se diferencia mucho más que el matrimonio civil; no deja de ser un contrato
más. El corazón se hace insensible y deja de escuchar la palabra de Dios:
"Lo que Dios unió que no lo separe el hombre". Por ello
bienaventurados los ojos que ven y los oídos que no se cierran a la Palabra de
Dios, pues en ello está la verdadera felicidad.
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