En aquel tiempo, le dijeron a Jesús algunos escribas y fariseos:
"Maestro, queremos verte hacer una señal prodigiosa". Él les
respondió: "Esta gente malvada e infiel está reclamando una señal, pero la
única señal que se le dará será la del profeta Jonás. Pues de la misma manera
que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así
también el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el seno de la
tierra.
Los habitantes de Nínive se levantarán el día del juicio contra esta
gente y la condenarán, porque ellos se convirtieron con la predicación de
Jonás, y aquí hay alguien más grande que Jonás.
La reina del Sur se levantará el día del juicio contra esta gente y la
condenará, porque ella vino de los últimos rincones de la tierra a oír la
sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien más grande que Salomón".
Reflexión
Hoy en día, todavía nuestra generación busca de Jesús una señal
prodigiosa para creer: "Señor sana a mi hijo", "Señor, que
consiga un buen trabajo", "Señor, ...".
Lo triste del asunto es que después de recibir la señal, no bastándonos
la prueba y señal de su resurrección, la respuesta de fe de muchos de nuestros
cristianos es insignificante. ¿Cuántas veces hemos recibido lo que hemos
pedido? Y, ¿cómo ha sido nuestra respuesta después de haberlo recibido? Después
de que Jesús nos ha dado la muestra de su amor, la fe no se desarrolla. Por
unas semanas vamos a misa o hacemos algo más de lo que hacíamos, pero
rápidamente se nos olvida y la conversión no crece, no madura.
No seamos de los que buscan a Jesús por sus milagros y las muestras de
su amor, sino más bien de los que buscan al Señor de los milagros para rendirle
nuestro amor.
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