En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "Yo los envío como
ovejas entre lobos. Sean, pues, precavidos como las serpientes y sencillos como
las palomas.
Cuídense de la gente, porque los llevarán a los tribunales, los
azotarán en las sinagogas, los llevarán ante gobernadores y reyes por mi causa;
así darán testimonio de mí ante ellos y ante los paganos. Pero, cuando los
enjuicien, no se preocupen por lo que van a decir o por la forma de decirlo,
porque en ese momento se les inspirará lo que han de decir. Pues no serán
ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por
ustedes.
El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre a su hijo;
los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán; todos los odiarán a
ustedes por mi causa, pero el que persevere hasta el fin, se salvará.
Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra. Yo les aseguro que no
alcanzarán a recorrer todas las ciudades de Israel, antes de que venga el Hijo
del hombre".
Reflexión
Ante la lectura de este pasaje, podríamos preguntarnos: ¿Por qué
habrían de perseguir a los seguidores de Jesús? ¿Por qué me han de perseguir a
mí? La respuesta la da Jesús (en el evangelio de Juan): "Si a mí me
persiguieron, a ustedes también los perseguirán". Esta persecución es
debida a que la vida cristiana, muchas veces se opone radicalmente a los
intereses egoístas del mundo.
Efectivamente, la vida cristiana no siempre es fácil, pero es la única
vida que proporciona al hombre la verdadera paz y la alegría interior que no
tienen fin. Hoy, más que nunca, Jesús necesita de hombres y mujeres fieles al
Evangelio que sean capaces de testificar ante los demás su amor por él. No
tengas miedo, él nos ha ofrecido que estará con nosotros y que, en ese momento,
seremos asistidos por la fuerza y el poder del Espíritu Santo.
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