Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla
del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a
una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces
Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:
"Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la
semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se
los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra;
ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el
sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros
cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas.
Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno;
otros sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos que oiga".
Reflexión
Quisiera que centráramos nuestra reflexión de hoy en el hecho de que
Jesús se sentó para enseñarle a la gente. Una de las cosas que está perdiendo
nuestra generación es la capacidad de estar a solas con Jesús, la capacidad de
sentarse con Jesús a la orilla del lago y escuchar su enseñanza sin prisa.
Nuestro mundo agitado nos mete en un torbellino de actividades en
donde, si acaso dedicamos algo de nuestra jornada a la oración y la escucha del
Señor en su palabra, la mayoría de las veces es a la carrera. Me gusta
imaginarme esta escena en donde la gente, sin prisa, se sentó a la orilla del
mar a escuchar con atención las palabras de vida que el Maestro les anunciaba.
Quizás no puedas hacerlo todos los días, pero al menos, de vez en
cuando, date tiempo para estar a solas con Jesús. Toma tu Biblia y sal a dar un
paseo; busca un lugar tranquilo y ahí, en el silencio de tu corazón, y sin
prisas, escucha la voz del Maestro, escucha su palabra. Te aseguro que
regresarás a tu casa lleno de vida y del amor de Dios.
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