En aquel tiempo, los fariseos se confabularon contra Jesús para acabar
con él. Al saberlo, Jesús se retiró de ahí. Muchos lo siguieron y él curó a
todos los enfermos y les mandó enérgicamente que no lo publicaran, para que se
cumplieran las palabras del profeta Isaías:
Miren a mi siervo, a quien sostengo;
a mi elegido, en quien tengo mis complacencias.
En él he puesto mi Espíritu,
para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará ni clamará,
no hará oír su voz en las plazas,
no romperá la caña resquebrajada,
ni apagará la mecha que aún humea,
hasta que haga triunfar la justicia sobre la tierra;
y en él pondrán todas las naciones su esperanza.
Reflexión
Un don que debemos de pedir con insistencia al Espíritu Santo, sobre
todo aquellos que han hecho ya una opción clara y abierta por Cristo, es saber
discernir cuándo retirarse, cuándo callar y cuándo hablar. En el pasaje de hoy,
vemos que Jesús se retira cuando se entera de que quieren acabar con él. No se
trata de miedo o cobardía, sino del don maravilloso de la prudencia, que nos
permite dirigir nuestra vida con propiedad, sobre todo en el servicio del
Evangelio.
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