«¿En qué emplearás las riquezas? Mejor ¿en qué emplearás la riqueza? ¿Te
vestirás con precioso traje? Te basta una túnica de dos codos, y un solo manto
puede satisfacer la necesidad de vestidos. ¿Gastarás tus riquezas en comidas?
Un solo pan basta para saciar el vientre. Pues ¿por qué te entristeces? ¿Qué es
lo que pierdes? ¿La gloria que nace de las riquezas? Si no buscases la gloria
terrena, encontrarías la verdadera y resplandeciente gloria que te condujera al
reino de los cielos. Pero el mismo poseer las riquezas es cosa deleitosa,
aunque ningún provecho resulte de ella. Mas todos sabéis que el deseo de las
cosas inútiles es irracional. Te parecerá increíble lo que voy a decir, y es
más cierto que cualquier otra cosa. La riqueza, repartida de la manera que el
Señor manda, suele durar; retenida, pasa a manos de otro. Si la guardas, no la
poseerás; si la repartes, no la perderás. (.. .) Pero la mayor parte de los
hombres apetecen la riqueza, no por los vestidos o alimentos, sino que ha
discurrido el diablo el artificio de sugerir a los ricos mil ocasiones de
gastar su dinero, hasta el punto de procurarse como necesario lo superfluo y lo
inútil, y de no bastarle nada para los gastos que tienen premeditados. Dividen
su riqueza para la necesidad presente y para la que vendrá; y separan una parte
para ellos, y otra para sus hijos. Después la dividen también para diversas
ocasiones que tengan de gastar. Escucha las cosas a que las destinan: Este
dinero, dicen, usémoslo; este otro quede escondido. Lo destinado a nuestros
usos, traspase los límites de la necesidad: esto gástese en la opulencia
doméstica, aquello sirva para el fausto exterior; esto suministre gastos en
abundancia al que tenga que hacer un viaje, aquello proporcione al que quede en
casa una vida opípara y fastuosa; de suerte que me admiro de los gastos
inútiles en que se piensa» (San Basilio [330-379]. Homilía a los ricos).
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