martes, 26 de julio de 2011

Las máscaras humanas y frágiles.

Había una vez un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes  de todas las tonalidades, hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia, las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque.
La furia apurada, urgida  sin saber por qué  se baño rápidamente y más rápidamente aun, salió del agua, pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que apurada se puso la primera ropa que encontró. Y sucedió que esa ropa no era la suya si no la de la tristeza y así vestida  de tristeza la furia se fue.
Muy calmada y serena,  dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza termino su baño y sin ningún apuro, mejor dicho sin conciencia del paso del tiempo con pereza, salió del estanque, en la orilla se encontró con que su ropa no estaba. Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedarse al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.
Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia; ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, que detrás del disfraz de la furia en realidad… está escondida la tristeza.

José Antonio Brito Solís

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